Siempre digo que en un mundo ideal (a mi gusto) toda empresa debería
funcionar con la mínima estructura posible, y que es precisamente este
adelgazamiento en la estructura lo que a la postre y siempre a mi
entender puede darnos una gran ventaja competitiva y de productividad,
pero hoy quiero dar un paso más allá.
Hoy quiero reiterarme en mis apreciaciones de que una estructura
empresarial ágil, ligera y moldeable, nos permite reducir ya no tan solo
los costes, también nos permite reducir el riesgo o incluso la
complejidad de nuestras actividades. Pero hoy y como colofón a todo
ello, quiero ya no solo defender el adelgazamiento de la estructura,
también quiero defender la externalización de todo aquello que podamos
externalizar.
Pudiera parecer que una cosa va unida a la otra, y
por supuesto que es así, pero no solo es así, me explico. Adelgazar la
estructura o bien nos podemos referir a eliminar, a optimizar, a
utilizar nuevos sistemas que nos permitan reducir el grosor de nuestra
empresa, pero también puede significar adelgazarla y conseguir eso
mediante la externalización de todo aquello que no sea nuestra función
fundamental y que sea el auténtico núcleo de nuestro negocio.
Soy
partidario de externalizar todo lo que podamos, desde externalizar
todos los departamentos que nos sean posibles, hasta externalizar la
contratación y gestión del personal y todo lo que podamos. Soy
partidario de dar valor a nuestros clientes por medio de gestionar y de
ofrecerles lo mejor de nosotros mismos y creando a nuestro alrededor una
estructura que nos permita ofrecérselo. Resumiendo, no creo en la
estructura, creo en la rentabilidad que nos aportan nuestras operaciones
(independientemente de que en muchas ocasiones se requerirá de X
estructura para desarrollar las operaciones).
En Pymes y autónomos
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