La palabra emprendedor y sus anglicismos asociados pueblan cada vez más discursos, artículos y boletines oficinales en nuestro país.
Hemos pasado de una sociedad en la que el diccionario no recogía la acepción moderna del término a una en la que los nuevos empresarios se han convertido en un lugar común para las instituciones y en un colectivo cada vez más sugerente para medios de comunicación, grandes empresas y otros puntales de la sociedad civil.
Pero, ¿se corresponde este creciente protagonismo del emprendedor con un incremento real del número de personas que deciden montar su propio negocio?
Para abordar esta cuestión lo primero es saber qué es lo que distingue al emprendedor del resto de ciudadanos. A falta de una definición oficial y universal, tomo por buena la que da el Global Entrepreneurship Monitor (GEM); un proyecto de investigación de la actividad emprendedora que se desarrolla desde universidades, escuelas de negocios y administraciones de más de 60 países, y que califica de emprendedor a aquella persona que está implicada en la puesta en marcha de un negocio de menos de 42 meses de antigüedad.