Como toda la publicidad, la publicidad online es molesta. Ninguna persona en su sano juicio quiere enfrentarse de manera voluntaria a las toneladas y toneladas de publicidad (rematadamente mala) que hay en internet, pero eso que rechaza en la red de redes lo tolera, sin embargo, en otros soportes. Los spots televisivos, las cuñas radiofónicas y los anuncios en los periódicos pueden resultar molestos, pero son sólo un pequeño fastidio.
La publicidad online es mucho más que un estorbo y se ha convertido en una plaga. Nos acosa, nos espía, nos interrumpe, nos cuesta dinero, nos hace convertirnos en “tortugas” cuando podríamos ser “galgos” y es mucho más que un inconveniente, es un auténtico azote.
Ante semejante azote, los consumidores han decidido rebelarse y han comenzado a instalar (como posesos) “ad blockers” en sus dispositivos de acceso a internet. Y el acalorado romance de los internautas con los “ad blockers” se ha acabado convirtiendo en un gravísimo problema para el ecosistema online.
La solución al problema es simple. La industria digital debería tomar nota de lo que hacen en otros medios y bajar sustancialmente su nivel de acoso (publicitario) al consumidor. Debería poner punto y final al “tracking” (o al menos limitarlo), debería ser menos “chillona” con sus anuncios y debería, escopeta en mano, pegar un tiro en la nuca a formatos intrusivos como los anuncios pop-up.
El resultado sería beneficioso para todos. Los consumidores serían mucho más tolerantes como la publicidad online, los “publishers” podrían vender sus espacios publicitarios a mejores precios y los anunciantes lograrían conectar con el consumidor sin sacarlo de sus casillas.
Con todo, nada de esto pasará, asegura Bob Hoffman en un artículo publicado en el blog The Ad Contrarian. Y no sucederá por culpa de un aplastante principio lógico bautizado con el nombre de “falacia de la composición”. Según este principio lógico, si algo es bueno para todos, no es necesariamente bueno para los individuos que integran el todo.
Por ejemplo, a la industria publicitaria online podría venirle de perlas cortar por lo sano con el rastreo del usuario en la red, pero para Facebook en concreto este movimiento sería completamente desastroso.
Al fin y al cabo, la red social más grande del mundo vende sus espacios publicitarios a los anunciantes en base a su habilidad para saber quiénes son y qué quieren sus usuarios. Y para saber quiénes son y qué quieren sus usuarios Facebook rastrea (sin piedad) a los internautas.
¿La consecuencia? Que la idea de que un “publisher” tan poderoso como lo es Facebook renuncie voluntariamente a la que su “proposición de valor” por el bien de la industria es una fantasía. Y nunca pasará a menos que alguien tenga el arrojo de imponer unos estándares a la (díscola) industria publicitaria online.
La publicidad online carga con muchísimos problemas sobre sus espaldas. Y pregona a los cuatro vientos que no puede hacer mucho para contener el fraude y que no puede parar los pies a los “publishers” sin escrúpulos. Y quizás tenga razón.
Pero hay una cosa que puede hacer la publicidad online y es acabar con las malas prácticas (o al menos ponerles coto). ¿El problema? Que no está dispuesta a hacerlo.
Los “publishers” codiciosos, las agencias usureras y los anunciantes despistados (tanto que algunos viven en la Luna) están creando ellos mismos la pesadillaque les reconcome por las noches. Y cuando algún día todo les estalle en la cara no podrán sino culparse a ellos mismos.
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