No hay mejor entrenamiento de liderazgo que educar, cuidar o relacionarse con niños. De nuevo volvemos a fijarnos en su comportamiento para sacar conclusiones que nos ayuden en este caso a ser mejores líderes. Los niños reflejan básicamente el comportamiento de los adultos. En esencia funcionamos igual. Fundamentalmente es nuestro cerebro más primitivo el que decanta las decisiones. Con el tiempo y la experiencia nuestro cerebro más avanzado va aprendiendo a tomar más control y maquillarlas con argumentos supuestamente lógicos. Un autoengaño.
Partiendo de esta premisa, y como al relacionarnos con niños estamos con frecuencia intentando convencerles de que hagan cosas que en ese momento no quieren hacer, o que sí quieren, pero que cuando se las pedimos de repente ya no quieren, el ejercicio de conseguir que hagan lo que deseamos nos puede ayudar a ser mejores líderes. En especial es el refuerzo positivo, contrapuesto a la crítica y la imposición, una de las armas más eficaces de las que disponemos.
Liderar implica saber lo que más conviene
En el entorno planteado lo que les pedimos a lo niños es en esencia positivo para ellos, o al menos redundará en un bien común del entorno familiar. Si en nuestro entorno profesional lo que queremos de nuestro equipo no cumple en una buena parte este requisito, nuestro ejercicio de liderazgo estará pervertido, y a la larga es posible que se vuelva en nuestra contra.
Podemos asumir que si somos buenos líderes debemos saber, al menos con mucha frecuencia, lo que más conviene al grupo y a los individuos que lo componen. En muchas ocasiones esto no coincidirá con los deseos de ese momento de las personas involucradas. Como individuos no siempre sabemos qué es lo que más nos conviene; por eso no es inusual que busquemos consejo en otras personas a las que consideramos mejor preparadas y con más experiencia . Pero también nos podemos enfrentar a los consejos y rechazarlos sin analizarlos, quizás por una falta de confianza en nosotros mismos.
Este artículo cierra una trilogía en la que utilizo la observación del comportamiento de los niños para aplicarla a nuestro entorno profesional. Las herramientas analizadas en los otros 2 artículos, el poder del sí y de las opciones, también son útiles a la hora de ejercer el liderazo; en este artículo me centro en una herramienta distinta: el refuerzo positivo.
Practicando el refuerzo positivo
La crítica excesiva mina la confianza. La crítica negativa predispone negativamente. En mi hijo de 3 años percibo un cambio de actitud muy notable, aumentando su receptividad a las correcciones y sobre todo mejorando su comportamiento, cuando utilizo un refuerzo positivo. Si sabemos que una actividad suele provocar comportamientos negativos, podemos reforzar las cosas que el niño hace bien antes de iniciarla. Por ejemplo si pelea en la cena, no porque no quiera comer, sino simplemente por enfrentarse a lo que se le pide, podemos empezar antes diciendo que se ha portado muy bien en el colegio, que la profe está muy contenta, que ha jugado de maravilla con sus amigos en el parque. El niño se va a sentir alagado y adoptará una actitud positiva que va a facilitar que la cena sea más agradable.
Si voy de la mano con mi hijo y este tercamente se niega a avanzar, tirando hacia atrás, cedo, me dejo llevar en la dirección que el quiere, pero continúo, con la inercia giro 360 grados, y sigo avanzando en la dirección que yo quiero.Funciona bastante bien.
Los niños tienen fases de refuerzo de su personalidad en la que se oponen por sistema a todo lo que se les pide. Enfrentarse a ellos genera una escalada de tensión que hace que la situación vaya empeorando. Necesitan reforzar su individualidad y adquirir confianza; si les damos esta confianza estarán mucho más positivos y receptivos a nuestras peticiones. Una estrategia es no negarles nada que quieran hacer (siempre que sea razonable). "Quiero ir al parque de Pocoyó", "que bien, me gusta mucho ir contigo al parque de Pocoyó, vamos a ir más tarde, ahora vamos a dormir la siesta", en vez de "ahora no podemos, tenemos que dormir la siesta". En otro ejemplo queremos apoyarnos en la profesora para ayudar a corregir un comportamiento en casa; podemos empezar preguntándole que tal se ha portado el niño en el colegio, (claro si sabemos que se suele portar bien), cuando el niño oiga de su adorada profe, "se ha portado de maravilla, ha hecho muy bien los ejercicios y ha recogido todos los juguetes, estoy muy contenta con él", se sentirá con la confianza suficiente como para tolerar que su padre le diga a la profe, "que bien, pero al pasear por la calle no se porta tan bien, intenta soltarse de la mano y escaparse, y esto es muy peligroso", y que ella le corrija diciéndole que no se puede hacer eso.
Otra conclusión que podemos sacar es que el uso eficaz del refuerzo positivo implica un conocimiento lo más profundo posible de la otra persona; sino es posible que toquemos las techas equivocadas.
Centrarse en las críticas puede ser destructivo
Según mi experiencia liderando equipos, tenemos en general una muy baja tolerancia a las críticas, aunque estas sean constructivas y lleven una buena intención. Así que debemos ser muy prudentes a la hora de corregir el modo de actuar de alguien. Si un comercial se enfrenta a una reunión de ventas, y después de esta nos centramos en detallarle todo lo que podría haber hecho mejor, pesa más la posible pérdida de confianza que esto puede generar, que el llamarle la atención sobre los puntos de mejora. Al final, prácticamente todo lo que hacemos es mejorable, y una persona con más experiencia que nosotros nos podría dar innumerables consejos. Nuestra capacidad y velocidad para aprender seguramente limita el número de aspectos a los que podemos atender para mejorar. Si además esta corrección se produce de modo reiterado, vamos a machacar a la otra persona, deteriorando de modo continuo su confianza en si mismo. Si voy por aquí, palo, si por allí, palo, por la otra dirección, más palo; al final me quedo quieto. Un ejemplo claro lo tenemos en ciertos concursos de cantantes en televisión, donde vamos viendo cómo algunos concursantes lo van haciendo cada vez peor y van sufriendo un lamentable y destructivo proceso de pérdida de confianza ante críticas continuadas. En contraposición, el concurso La Voz, que tiene muchas cosas muy buenas, realiza un constante refuerzo positivo y apoyo decidido de los coach, lo que genera una progresión marcadamente positiva de los concursantes.
Así que considero que es mucho más productivo trabajar en reforzar y mejorar aquello que los miembros de nuestro equipo ya hacen bien, y dosificar con cuenta gotas llamar la atención sobre las deficiencias, centrándonos sólo en aquellas más prioritarias.
Por supuesto no estoy hablando de errores. Si alguien suma 2 2=5 hay que corregirlo. Tampoco hablo de comportamientos inapropiados, que siempre habrá que abordar sin evitar el conflicto. Eso sí, mejor en privado que en publico; la humillación se perdona muy mal. Vale más demostrar respeto a una persona, y ganársela para el futuro, con una llamada de atención en privado, que el efecto ejemplarizante que pueda tener la corrección pública.
En la posición de líder siempre se dispone de poder. Utilizarlo para conseguir nuestros propósitos es un ejercicio de violencia, en mayor o menor medida. La violencia, aunque necesaria en ocasiones, no suele ser la manera más productiva de conseguir lo que queremos, sobre todo en el largo plazo. Como líderes estamos expuestos a encontrarnos resistencia a nuestro trabajo; esta resistencia es con frecuencia una mera actitud de reto al líder. Somos animales jerárquicos y este reto es una constante en la construcción del liderazgo. Podemos decidir trabajar con el enfrentamiento en luchas de poder, o ser más inteligentes y construir un liderazgo más resonante y productivo.
"El auténtico liderazgo supone un tipo de conversión personal que implica la renuncia al ejercicio del poder" Iñaki Piñuel.
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