lunes, 11 de febrero de 2013

Cuando la buena atención al cliente es óptima


Nunca había comprado nada a través de Amazon, tampoco estamos los españoles para muchas compras tendría que añadir, pero vi un producto para un familiar y quise darle una sorpresa. Se trataba de un marco digital, y admito mi ignorancia en el tema. Al no realizar muchas adquisiciones de productos de este tipo, no sabía nada de lo que ofrecía el mercado. Así que busqué uno bueno bonito y barato. Sobre todo el último paso era el más importante.
Llegó a mi casa en dos días, feliz como una niña ante su primera bicicleta abrí el paquete. ¡Horror! No era lo que había pedido, es decir sí, pero sabía que no le iba a gustar a este familiar.Ahí comenzó mi periplo. Entre que no andaba muy bien de salud y me dolía la cabeza, ya de madrugada busqué una alternativa y me fijé en otro con muchas aplicaciones y económico. Después de comprobar en páginas de usuarios opiniones al respecto, me dije “ya está, solucionado”. Mientras tanto me habían contestado en atención al cliente sobre la devolución del marco, muy rápido, con cortesía e información. Una muy buena atención.
Tendría que ser normal ¿verdad? Cuando uno tiene un problema-sobre todo a través de Internet- deberían tratarte desde la empresa mostrando no sólo interés en solucionar el asunto, sino en demostrar cercanía y seguridad. Sobre todo cuando tras consultar ese segundo marco vi que el mismo valía cinco euros menos en la misma página pero sirviendo otra empresa. Para mi desgracia cuando quise deshacer ese segundo pedido ya había salido.
Miré a la pantalla gritando:
-No, detente, ¿pero por qué sois tan rápidos? No vengas a mi casa, quédate ahí.
Evidentemente tuve que volver a ponerme en contacto con los responsables de la tienda. Primero lo hicimos vía email. Ahí expliqué a una señorita de lo más cálida y amable (eso se detecta en la forma de escribir) que no llegaba a comprender mi situación. Fue surrealista. “¿De qué color era el marco?”,“¿cuál quiere devolver, el primero o el segundo… ha pedido ya el otro que es igual pero más barato?”
No sabía si reír, llorar o decirle que me estallaba la cabeza que era el día antes de Reyes y que ya me daba igual todo. No me gusta que me regalen pero sí regalar y ya llegaría tarde. La chica, con una paciencia infinita, fue contestando a todo lo que preguntaba, me hacía sonreír con sus conjeturas y su intención de “detener el pedido, voy a detenerlo,lo tengo que intentar”. Eso es entrega en tu trabajo y lo demás gaitas escocesas.
Al instante sonó el teléfono era ella, mi salvadora. Con un acento francés realmente bonito, me dijo con una voz tranquila con un tono suave, que se estaba haciendo un pequeño lío y que era mejor que habláramos en persona porque había cosas que no entendía. ¡Pero si era culpa mía, me estaba explicando como un libro cerrado! Así que le conté la peripecia del primer marco, de la desilusión, de que era un regalo para ese tipo de personas que te dicen “para qué quieres tantas fotos si luego las tienes en el ordenador” (lo cual es cierto)
Con paciencia y una caña, ambas llegamos a una solución. Seguía con su obsesión de detener al mensajero (me la imaginaba haciendo un placaje en un partido de rugby) y salvando el paquete para que yo no tuviera que esperar y recuperara mi dinero. Su trato hacia mí fue exquisito. Por correo y por teléfono. Al final, cuando comenzamos a ver la luz fui yo quien le dio las gracias por aguantar a un personaje así “creo que tengo fiebre” alegué en mi defensa (sin que me hubiera atacado) y ella le restó importancia.
Para despedirme consideré que ya que había estudiado francés hacía siglos, debía dedicarle unas palabras en su idioma materno y ella, igual de cortés me contestó en los dos idiomas “ es un placer y es mi obligación” Sé que esta situación no debiera ser extraordinaria pero lo fue. Sentí que el cliente era lo más importante aunque no viera las caras de la amable Isabel mientras no entendía nada de nada. Cumplió.

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