Uno de los procesos cruciales en la dirección empresarial es la toma de decisiones. Si bien este es un proceso donde se suelen aplicar criterios tanto objetivos como subjetivos, como todo proceso es suceptible de aplicar un método. Por supuesto no se trata de automatizar una actividad donde los sentimientos o las intuiciones pueden tomar un papel tanto o más importante que los datos que disponemos para llevarla a cabo. Pero disponer de ese método y poder adaptarlo a cada situación particular puede servir de ayuda para dar lo la decisión adecuada.
Por supuesto todo problema o situación a resolver parte de una predefinición del mismo. El disponer de un escenario de partida y de un análisis del mismo es fundamental para poder tomar el camino adecuado que nos conduzca al fin perseguido. Eso además nos ayudará a no caer en el llamado diagnóstico sintomático, esto es asumir como un problema lo que, en realidad, es un síntoma de la situación real.
El siguiente paso a abordar es la recogida de información. Se trata de recopilar datos sobre la situación en la que nos encontramos y que debemos resolver. Debemos recoger todos los datos que consideremos relevantes, sin importarnos inicialmente del orden o la relación existente entre los mismos, ya que en eso consiste la siguiente fase, la definición del problema.
Los datos recogidos deben ser ordenados, analizados e interpretados y todo esto nos servirá para formular el problema o la situación a resolver. Muchas veces de ese mero análisis puede salir una primera solución del mismo o, incluso, múltiples alternativas que consideraremos posteriormente.
Intimamente relacionado con la formulación del problema es la definición de criterios de valoración. Estos criterios nos servirán de referencia a la hora de evaluar las diferentes alternativas que se nos vayan presentando como solución y las consecuencias de adoptar unas u otras.
Una vez que cubrimos estas fases iniciales debemos entrar en la formulación de alternativas. Esta parte es la más creativa y por eso no debemos restringir nuestra imaginación y desechar ideas que, en primer instancia, puedan parecer poco factibles. Posteriormente procederemos a valorar estas alternativas, utilizando los criterios definidos anteriormente, de manera que comprobemos los costes y consecuencias de adoptar cada una de ellas. Al finalizar esta parte tomaremos aquella decisión que nos parezca más adecuada.
Por supuesto este método puede no ser aplicable en casos muy simples o de decisiones de urgencia, donde no tengamos tiempo material para seguir todos los pasos requeridos. Pero es importante, de todas formas, asimilar en nuestra manera de pensar todas y cada una de las partes del proceso y hacer que éstas fluyan de manera natural a la hora de afrontar la toma de decisiones.
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