El eslogan es lo que cierra el mensaje y encierra la imagen de una marca, lo que queremos que dure y perdure.
Y, con un poco de suerte, lo que trascienda, se recuerde y se repita en la calle. O se viralice, que se diría ahora.
El eslogan es la rúbrica de la firma, el apellido de la marca, el adjetivo que lo califica y posiciona.
La pregunta clave es:
¿Cuál es el buen eslogan?
El que recuerda a la marca.
Parece elemental, pero no siempre se tiene en cuenta.
Todavía se festejan y celebran eslóganes que han saltado al dominio público, pero que, cuando preguntas de qué marca se trata, la respuesta es que si te he visto no me acuerdo.
Por eso es tan importante meter la marca en el eslogan, porque entonces no hay confusión posible. El que sabe, Saba.
Así, cada vez que se repite la frase, se está haciendo marca.
La otra pregunta es cómo se crea un eslogan.
No hay respuesta concreta. Cada maestrillo…
En todo caso, trabajando. Y no solo en la mesa del despacho. (Sólo Licor del Polo)
También en el trayecto.
De casa al trabajo y viceversa.
A pie o en autobús.
O en el cuarto de baño, aunque sea un rollo apuntarlo en el ídem.
Pero todo eso, que parece tan espontáneo y natural, solo ocurre si se tiene en la cabeza la obsesión de dar respuesta a un briefing.
El parto puede sobrevenir en cualquier parte, pero para eso es necesario estar “embarazado” del problema.
Es lo importante: saber que detrás de esas palabras más o menos ingeniosas hay una estrategia y un posicionamiento claro(Calvo).
¿Y todo esto sigue siendo válido hoy día?
Yes, SER.
Como demostración de todo lo anterior, podemos ver en detalle las soluciones a problemas de marketing que se sucedieron en una campaña como la de Calvo, aunque de ella nos quede con el tiempo la imagen de dos calvos (que fueron tres) y dos palabras emblemáticas, que se mantienen en la cabeza de todos y consolidan un liderazgo que la marca, años después, aún conserva.
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