A diario nos enfrentamos a problemas de distinto calado en nuestro cometido profesional, algunos que demandan una resolución más urgente que otros, pero en cualquiera de los casos, demandan soluciones ágiles y disruptivas que nos permitan mejorar las tareas y/o procesos que se desarrollan.
En algunas ocasiones, al no encontrar solución (o al no mostrar la predisposición necesaria para alcanzarla), optamos por ser continuistas, perdiendo la batalla de tratar de ser más eficientes.
Para reflexionar sobre este asunto quiero señalar el concurso que acaba de convocar el gobierno británico, que bajo el título "El mayor problema del mundo", se premiará con diez millones de libras esterlinas a quien resuelva algunos de los interrogantes más complejos, como por ejemplo un sustituto para el petróleo, la producción de alimentos a bajo coste o la erradicación de la malaria, entre otros.
Un concurso que no es nuevo, y que se recupera del año 1.714, cuando el Premio longitud permitió encontrar la solución a un gran desafío de la época, como era la determinación de la longitud en el plano de un barco en el mar.
En mi opinión, este tipo de premios promueven el desarrollo de soluciones a nuestros 'grandes problemas', y como ciudadano, me alegra mucho que se comparta el conocimiento para alcanzar soluciones para los problemas de sostenibilidad, eficiencia y coste, que en mayor o menor medida afectan a todas las empresas.
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