En los últimos años hemos ido apreciando como ha ido cambiando el patrón de consumo de los consumidores, que ante unas circunstancias en las que las bajadas de sueldos y las alzas de impuestos se han generalizado, han establecido un menor presupuesto familiar para hacer frente a los gastos cotidianos.
En este escenario han proliferado los establecimientos de bajo coste, que ya se pueden encontrar en prácticamente en todos los sectores de actividad, y que han conseguido reducir los precios en algunos casos hasta en más de un 30 % respecto a las tarifas existentes con anterioridad a la crisis económica.
A estos empresarios que han llegado a ser muy competitivos en precio, les han llovido muchas críticas y denuncias por parte de los distintos gremios profesionales, acusándoles de haber roto el mercado al vender sus productos y/o servicios por debajo de lo que denominan el ‘precio de coste’. Una variable que no se puede determinar tan alegremente porque cada empresa tiene su propio mix de producción, y no tiene por qué hacerse con los aprovisionamientos necesarios al mismo precio que la competencia.
Creo que algunos sectores están siendo muy críticos con este tipo de empresas, que han conseguido innovar en técnicas y procesos, en muchos casos reinventando el propio negocio, para conseguir unos precios de venta inferiores, ajustándose a una nueva situación de precio bajo que parece haber llegado para quedarse durante mucho tiempo.
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