Si es usuario de Facebook, probablemente estará acostumbrado a los continuos cambios de “look” de la famosa red social y también a las constantes quejas de los usuarios por la especial querencia de la compañía de Mark Zuckerberg por los retoques estéticos.
Estamos acostumbrados a la manera en que utilizados determinados productos y servicios y por eso toleramos muy mal cambio. Ante cualquier modificación, por nimia que ésta sea, reaccionamos resistiéndonos.
Y mostramos también una reacción similar cuando tenemos que vérnoslas con ideas verdaderamente novedosas, ideas que difícilmente podemos comparar con cosas que ya hemos hecho en el pasado.
Tendemos a creer que las personas creativas son apreciadas como tales, pero lo cierto es que la creatividad rara vez es reconocida. De hecho, a la mayoría de la gente no les gustan las ideas que deliberadamente “se salen del tiesto”.
En un estudio publicado por la Universidad de Cornell sus autores aseguran que las ideas prácticas son las más valoradas, todo lo contrario a las ideas novedosas. Enfrentados con una idea excesivamente novedosa, tendemos a asociarla al riesgo, el peligro y la incertidumbre.
Si pensamos, por ejemplo, en algún emprendedor de éxito, veremos que la creatividad de sus ideas se produce casi siempre a posteriori, no a priori. Nadie ve una idea realmente novedosa y rompe a aplaudir, sino que más bien la contempla con recelo, explica Rahul Varshneya en The Next Web.
Fijémonos, por ejemplo, en la historia de Snapchat. Cuando Evan Spiegel, co-fundador de la hoy célebre aplicación de mensajería, presentó en sociedad en abril de 2011 el embrión de lo que hoy es Snapchat ante sus compañeros de clase, estos no disparar sus balas contra una idea tan “radical”.
También Steve Jobs y Steve Wozniak, co-fundadores de Apple, vieron en su día cómo Atari y Hewlett-Packard les daban con la puerta en las narices a su famosísimo Mac.
Las ideas brillantes han sido siempre tradicionalmente rechazadas. Cuando decidimos tradicionalmente, nos referimos a que este rechazo se remonta mucho atrás en el tiempo. Al siglo XVII, por ejemplo, cuando la Iglesia quemó en la hoguera a Giordano Bruno y condenó a arresto domiciliario a Galileo por apoyar la teoría copernicana que aseguraba que la Tierra giraba alrededor del Sol.
¿La conclusión? Que en realidad no hay malas ideas. Las ideas son como las semillas. Hay que cuidarlas y regarlas para hacerlas germinar, convertirlas en una gran planta y eventualmente incluso en un árbol.
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