Emprender mola. Si tienes una idea lánzate a hacerla realidad, relacionate con otros emprendedores, comparte, colabora, el futuro es tuyo, … Todo ésto forma parte del mantra que ser repite una y otra vez, y todo está muy bien hasta el día en que el emprendedor se entera de que ha de dirigir un negocio.
Porque llega un momento en que hay que despertar y darse cuenta de que no hay ideas, no hay proyectos, lo que hay o tiene que haber para llegar al “éxito” son negocios.
Llega un día en que por muy convencido que el emprendedor esté de que ha creado algo impresionante y que va a resolver los problemas de mucha gente, se topa con la cruda realidad de que a esa gente no le importa esa solución, no la conocen o, directamente, no están dispuestos a pagar ni un céntimo por ella.
Llega un día en que se da cuenta que no regalan el dinero para poner en marcha empresas, ni siquiera cuando detrás hay ideas geniales. Los bancos no prestan si no les garantizas que se les va a devolver el dinero, claro ellos también son negocios y buscan beneficios con pocos riesgos, y si se sale a buscar inversores resulta que son unos tipos muy duros de roer que también prefieren su beneficio antes que apoyar esas ideas geniales.
Pero claro, al emprendedor no le gusta este mundo. A él le interesa su proyecto, su idea, como ponerla en marcha, … pero no el tema de las ventas, de los números, de los bancos: Sí hablar con otros emprendedores pero no tratar con proveedores, con trabajadores o con la Administración, porque ser emprendedor mola pero ser empresario no.
¿Qué se puede hacer en esta situación? pues yo veo dos posibilidades, o abandonar o asumirlo cuanto antes y estar preparado para ello, y si uno cree que no se encuentra capacitado para adoptar ese papel lo primero que ha de hacer es incorporar a su equipo a alguien que sí lo esté.
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