En este foro, donde normalmente hablamos de Pymes, de emprendedores, pero también de startups y de innovación, no quería dejar pasar en la semana del 161 aniversario de su nacimiento, la ocasión de hablar de uno de los mayores innovadores que hemos tenido en España.
Hablo de Antoni Gaudí. Todo un ejemplo de innovación, un adelantado a su tiempo y del que podemos aprender mucho en el mundo de la empresa.
El reusense más universal, vivió entre 1852 y 1926. Sin ordenadores, sin simuladores, sin potentes herramientas para el cálculo de estructuras. Pero eso no fue un problema para diseñar obras que se definen con una palabra: ingravidez. Formas imposibles que se mantienen durante cientos de años y se mantendrán durante siglos.
Que no existiese la tecnología no fue un problema para él. Hacía maquetas a escala de sus obras y hacía pruebas con contrapesos para calcular lo que hoy hacemos con ordenadores. Imposible no existía en su vocabulario, Gaudí imaginaba y creaba. Sin obstáculos. Sin poner límites a su imaginación.
¡Cuántas excusas ponemos en el mundo de la empresa! Que si no se puede, si no hay tecnología, que si es muy caro, y todo eso sin haberse sentado a hacerlo. Gaudí se las ingenió con los medios que tenía para hacer lo que quería.
Su visión del mundo era diferente. Creaba formas que hoy parecen contemporáneas. Le fue encargada en 1883 la que es su obra más universal. El Templo de la Sagrada Familia de Barcelona, cuyas obras habían comenzado tres años antes. Debía seguir la labor iniciada por Francisco del Villar, pero no se dejó influenciar por lo que su predecesor había hecho. Su fachada contrasta con la que anteriormente se había diseñado y construido. El sabía lo quería y continuó la obra con esa visión.
¡Cuántos proyectos se dejan influenciar y se desvirtúan! Terminando en algo que nada tiene que ver con el proyecto inicial. Está bien madurar la idea, es imprescindible de hecho. También consultar y dejar que más personas entren en el proyecto. Esto último también es imprescindible. Pero muchas veces confundimos enriquecer con girar 180 grados. Confundimos incorporar ilusión, ideas y personas al proyecto, con atender a intereses que nada tienen que ver con el proyecto inicial. Una cosa es crecer y otra perder la capacidad innovadora.
Colorido, toda la obra de Gaudí se caracteriza por el colorido de sus mosaicos en tiempos en los que el color predominante era el marrón de la piedra. Si el genio catalán hubiese pensado qué va a decir la gente de estos colores, no va a gustar, hoy no conoceríamos las torres de la Sagrada Familia, ni nada de lo que hay en el parque Güell, ni nada de sus obras.
Esto me recuerda otra frase de otro genio, más actual, que decía la gente no sabe lo que quiere hasta que se lo enseñas. Frase de otro visionario, Steve Jobs, y solo aplicable a visionarios como él y como Gaudí, que supieron ver lo que los contemporáneos querían antes de que existiese.
Son muchas las startups y los emprendedores españoles con nuevos Gaudí al frente. Visionarios y emprendedores que saben dónde vamos antes de ir. Visionarios que desisten porque ven obstáculos en su camino. Que se desesperan y abandonan porque no hay financiación. Entonces no son ni visionarios, ni genios, ni emprendedores. Los visionarios, los genios y los emprendedores no ven obstáculos, solo formas de superar lo que les separan de su meta.
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