Uno de los terrores recurrentes y casi paralizantes a los que se enfrentan marcas y empresas, así como sus directivos, es el miedo al fracaso. Se teme tomar una decisión y que esa acabe siendo perjudicial. Igualmente, cuando algo sale mal, se suele quedar limitado al fracaso y reaccionar ante ello de una manera altamente negativa.
Cierto es que nadie quiere fracasar y que se preferiría que todas las decisiones que se tomasen tuviesen resultados óptimos. Al fin y al cabo, una mala decisión y un fracaso no solo implican problemas en cuestiones de imagen de marca o de reputación, sino que también suponen horas de trabajo perdidas y pérdidas económicas. Fracasar puede salir, de hecho, muy caro.
Sin embargo, el fracaso también tiene su, en cierto modo, lado bueno. El fracaso puede servir para aprender muchas cosas y para sacar valiosas lecciones de ello. Además, no deberíamos olvidar, cuando se analiza lo que se ha hecho mal y cómo se han hecho, que fracasar es algo que ocurre a todo el mundo. "Cada vez estoy más y más cansado de las historias de éxito con las que nos alimentan a la fuerza y que se supone que deben inspirarnos", explicaba hace unos meses Samuel West, experto en psicología organizacional. "Vale, pueden ser inspiradoras, pero no nos cuentan mucho de lo que podamos aprender", añadía.
West hablaba entonces con los medios porque eran el creador del Museo del Fracaso que acababa de abrir sus puertas en Suecia, inspirado por un museo sobre relaciones rotas que hay en Croacia. El fracaso es algo habitual y recurrente, pero también algo inherente a la innovación. Para entrar en el mercado con cosas nuevas y conectar con el consumidor, posiblemente antes haya que hacerlo con unas cuantas cosas con resultados mucho peores.
"Si no cometemos errores, es que no lo estamos intentando lo suficiente", apuntaba el CEO de Coca-Cola, James Quincey, tras asumir el control de la compañía. Quincey es uno de los directivos que en los últimos tiempos han empezado a abrazar, como recuerdan en Harvard Business Review, los errores. Netflix o Amazon también habían abrazado los fallos y habían recordado que errar es algo que sucede a todo el mundo.
"Los experimentos son por su propia naturaleza algo inclinado al fallo", señalaba Jeff Bezos. A ellos se suman universidades que han empezado a crear programas de fracaso: en ellos se intenta enseñar lecciones de lo que ha salido mal y a usar el fracaso como una oportunidad.
Reeducarnos en el fracaso
En realidad, no se trata de un permiso para fallar o de una especie de 'incentivo al fracaso', sino más bien una manera honesta de asumir que a veces las cosas salen mal y que no deberíamos crear un escenario en el que parece que todo sale siempre de forma correcta.
Asumir sin embargo esta realidad y que a veces las cosas no salen del todo bien no es fácil. De entrada, estamos programados para posicionarnos justo en el lado opuesto. Como apuntaba un directivo (el CEO de Domino's Pizza) las empresas y sus directivos se enfrentan a dos retos a la hora de asumir y aprender del fracaso. Por un lado, tienen que dejar de asumir lo que damos por sentado del fracaso (por ejemplo, el efecto que tendrá en una entrevista de trabajo). Por otro, debemos vencer a nuestra aversión a la pérdida.
Tenemos, en definitiva, que darnos permiso para fallar y comprender que los errores son una parte más de la experiencia vital de personas y de, por supuesto, empresas.
Vía: Puro Marketing
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