Eric Ries cuenta en su libro The Lean Startup que empezó a plantearse
el problema de las startups cuando era responsable técnico de una y se
dio cuenta que la medida de productividad que se usaba en las empresas
consolidadas no servía en la suya. En concreto, él era responsable de
programación de una aplicación web, y en el mundo corporativo la
productividad de un equipo de programación se mide por las líneas de
código que ha sido capaz de producir al cabo de un día.
En un entorno corporativo se sabe con un grado importante de
certidumbre qué es lo que hay que hacer: un informe de ventas por
familias de producto, una aplicación para que los empleados puedan
comprobar su nómina en la intranet, este tipo de cosas. Pero en una
startup el equipo de desarrollo puede estar trabajando en una funcionalidad que el cliente no va a apreciar.
Y ser extraordinariamente productivo en el desarrollo de esa
funcionalidad según al métrica tradicional. Pero claramente el equipo
está trabajando en lo que no debe, y dejando de lado otra funcionalidad
que podía haber sido clave para conseguir más clientes.
De ahí vino la idea de producto mínimo viable, de experimentar, medir
y pivotar lo más rápido y lo más barato que fuera posible. Si no sabes
lo que tienes que hacer tu objetivo no debe ser hacer las cosas muy
rápido, sino aprender lo antes posible qué cosas debes hacer.
Esto no pasa solo en el tema de desarrollo de una aplicación.
Demasiadas veces el emprendedor trabaja horas y horas en temas que al
final del día generan satisfacción personal por todo lo que se ha hecho,
pero que si se analizan no está nada claro que hayan servido para hacer
progresar a la empresa. Por ejemplo, todo lo relacionado con el local, o
con la imagen corporativa, o con la constitución legal de la empresa.
Olvídate de todo eso. Tu misión principal como emprendedor no es
buscar oficinas, ni amueblarlas, ni diseñar tarjetas de visita o páginas
web. Tu misión es, cuanto antes y lo más barato posible, encontrar una
solución a un problema. Una solución por la que tus clientes estén
dispuestos a pagar, y que te cueste menos que lo que te van a pagar por
ella.
Todo lo demás ya llegará, si es que tiene que llegar, cuando sepas que tienes un negocio.
Un artículo publicado en Desencadenado
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