Trabajar para una sola empresa es algo del pasado. Lo ideal es escoger el trabajo que hacemos sin estar atados a un puesto de oficina. Tener varios clientes que nos realizan encargos. Sobre el papel algo muy atractivo para muchos trabajadores que de esta manera dejan de estar atados a una sola organización, que no tienen que convivir constantemente con el mismo jefe o acudir a la oficina para hacer su trabajo. Así nos venden la "gig economy" como algo novedoso y atractivo.
Pero la realidad no deja de ser diferente. Este cuento ya nos lo conocemos, especialmente si somos autónomos, freelance o conocemos a alguien que trabaje por su cuenta que nos explique su lucha diaria. Lo de tener diferentes encargos está bien, pero a la hora de la verdad solo significa una mayor precariedad en el empleo. Basta con ver lo que ocurre con los conductores de Uber, los ciclistas de Deliveroo o los repartidores particulares de Amazon a los que paga 14 euros la hora.
No trabajarás como otras generaciones toda la vida en la misma empresa
En teoría una empresa que quiera contratar a un profesional para que realice determinado trabajo tendría que pagarle más que si lo tiene a sueldo en su organización. Por ejemplo a un contable para que presente todos sus impuestos en el trimestre. Si además lo hacemos a última hora nos costará más encontrara alguien que acepte el encargo, lo que debería obligarnos a pagar más para que la oferta sea más atractiva.
Lo mismo podría decir un profesional que se dedica a realizar páginas web, que ya llevan tiempo trabajando de esta forma. Pero la realidad es otra, donde la competencia desleal, el intrusismo, etc. obligan a bajar precios. No se valora el trabajo y se busca ajustar lo máximo posible. Precios de rebajas, pero máxima exigencia. Esto implica muchas más horas si se acepta el encargo.
Pero claro queda mucho mejor decir que estamos trabajando en la playa que estar en una oficina con luz artificial. Poder decidir nuestros horarios o si vamos a trabajar en casa, en un coworking o en las oficinas del cliente, pero eso sí, porque nos apetece. Hacemos horas extra por un tubo porque nuestro precio por hora es miserable, pero las hacemos para nosotros, no para pagar los pluses de los gerentes.
No quiero decir que esta forma de trabajar tenga algo de malo. Tiene muchas ventajas ser tu propio jefe, pero muchas de ellas se pierden si no podemos elegir a nuestros clientes. Si no le puedes decir a una empresa "contigo no, bicho", la gig economy nos convierte en los nuevos esclavos del siglo XXI. Eso si, con un nombre en inglés que no nos haga parecer tan "looser" como nuestros padres que trabajaron toda su vida en la misma empresa. ¡Menudos pringados!
Y para las empresas también tiene su peligros. Porque si me aprietas a poco que pueda, en cuanto tenga yo la sartén por el mango te lo cobraré con creces. Eso por no hablar del gustazo de decir que no cuando sabes que te necesitan para solucionar un problema. O simplemente que no se puede mantener al trabajador que contratamos para un proyecto como si fuera parte de nuestra empresa.
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