viernes, 25 de enero de 2013

Hemos sido realmente estúpidos


“Agua pasada no mueve molino”, es lo que dice la sabiduría popular, y efectivamente, por mucho que expliquemos lo que ocurrió en España en la época de la burbuja inmobiliaria y financiera, no nos servirá de nada para solucionar los problemas derivados de aquéllas, aunque sí para no caer en otra burbuja de similares o distintas características.
Aunque la idea de explicar la burbuja y cómo finalmente explotó –como todas las burbujas– pudiera parecer manida, sí me gustaría destacar el papel realmente estúpido que como consumidores nos atribuimos durante esos años de “fiesta”.
Desde un punto de vista microeconómico la cuestión es sangrante porque hemos destinado nuestras rentas actuales y futuras hasta la frontera de unos 30 años, incluso más, a pagar una cosa que no tiene en realidad ni la cuarta parte de valor en relación al precio que pagamos. Se calcula que para 2013 la vivienda en España habrá perdido un 50% de su precio en términos nominales en relación al pico (situado en el verano de 2007). Si aplicamos inflación para calcular la pérdida en términos reales, nos podemos encontrar con una bajada de aproximadamente el 75%.
Independientemente de indicadores sobre la evolución del precio de la vivienda en los próximos años, lo que nos preocupa a los analistas económicos es cómo resolver los problemas, y concretamente cómo podemos reducir nuestra altísima deuda tanto pública, como privada (incluyendo lógicamente a empresas) en los años venideros con una situación de recesión económica y con una tasa de desempleo ya superior al 25%, y que, aún suponiendo que crezcamos un 1 ó 2% dentro de unos años, difícilmente podemos ver una reducción de dicha tasa por debajo del 20% probablemente en más de una década.

Si a este problema, le unimos los que tiene España con su pirámide poblacional, lo cierto es que debemos hacer un esfuerzo titánico y un liderazgo político para resolver todos estos asuntos, liderazgo que ni está ni se le espera. En este sentido, aconsejo la lectura de una ponencia excepcional de Jesús Fernández-Villaverde, uno de los economistas de FEDEA, catedrático de Economía en la universidad de Pensilvania, EE.UU., desde 2007.
Volviendo a la cuestión de nuestro mercado inmobiliario y nuestra abultada deuda, pongamos como ejemplo el gasto que las familias han realizado durante los años de la burbuja especialmente en un endeudamiento masivo en viviendas que, como decía, no valen la cuarta parte de lo que pagaron, y el supuesto ejemplo de una sociedad donde ese mismo dinero se invierto en bienes productivos, digamos una fábrica. No hace falta desarrollar sesudos estudios econométricos para explicar la situación, sino simplemente aplicar la lógica.

Ejemplo de gasto en vivienda:
Las familias solicitan créditos normalmente para la compra de una vivienda. Durante la época de la burbuja un porcentaje muy elevado de familias financiaban dicha compra con un porcentaje muy elevado de endeudamiento. En muchos casos, sin aportar ninguna cantidad de dinero procedentes de sus ahorros.
La construcción de viviendas genera una serie de efectos positivos para la economía, pero sólo durante su etapa de construcción:
  • Compra de suelo, cuyo dinero luego irá a inversiones o a consumo.
  • Proyectos urbanísticos.
  • Construcción propiamente dicha.
  • Mobiliario y demás gastos inherentes a la vivienda.
  • Impuestos desde el comienzo que van a parar a las arcas públicas, y que si son bien gestionadas (ése es otro tema), genera inercias positivas en la economía.
  • Entrega de llaves.
  • Pago de impuestos cada año por parte de los propietarios.
  • Fin

Ejemplo de gasto en una industria:
Los inversores, empresas o particulares, aportan dinero de sus ahorros o desinversiones en otros activos, solicitan crédito en la parte faltante. Es cierto que durante la época del boom, el porcentaje de crédito era muy elevado en relación a la inversión total; uno más de los problemas que ahora intenta resolver nuestro sistema financiero.
La construcción y puesta en marcha de esa industria, genera los siguientes efectos positivos sobre nuestra economía:
  • Compra de suelo, cuyo dinero igualmente irá a inversiones o a consumo.
  • Proyectos urbanísticos.
  • Construcción propiamente dicha de las instalaciones y las infraestructuras externas necesarias para el desarrollo de esa industria.
  • Atracción de industrias auxiliares y multitud de pequeñas y medianas empresas que dan soporte a dicha industria, además de profesionales especializados como abogados, economistas, asesores fiscales,…
  • Compra de maquinaria que irá a parar a otras industrias que crean empleo y nuevas inversiones.
  • Compra de materias primas y productos intermedios con idéntico efecto que el anterior.
  • Desarrollo de transporte e infraestructuras vinculadas.
  • Contratación de personal.
  • Venta de los productos elaborados.
  • Pago de impuestos desde el comienzo del desarrollo del proyecto y durante la vida de existencia de la industria.
  • Empleo y generación de más riqueza.
Para ilustrar el montante de deuda que las familias españolas debemos al sector financiero, que obtuvo esos recursos básicamente de la banca e inversores internacionales, me apoyaré en los gráficos del Instituto Mackinsey publicado en la revista británica The Economist.
En ellos podemos ver en primer lugar la evolución de la deuda tanto pública como privada (empresas financieras y no financieras) desde 1990 hasta casi la actualidad medidos en término del PIB. Vemos claramente que la deuda de las familias evolucionó hasta el 85% del PIB aproximadamente, unos 900.000 millones de euros a principios de 2009 y que se ha ido reduciendo lentamente hasta estar en unos 850.000 millones de euros, siempre de forma aproximada. Es decir, el 85% de todo lo que produce España en bienes y servicios en un año.
El sector de la construcción, lógicamente también incluye a las promotoras y constructoras que solicitaron créditos al sistema financiero y que ésta alegremente les facilitó. Esa cantidad es muy superior a las indicadas para las familias. No incluye la información porque corresponde a una idea distinta a la desarrollada en este texto.
Nos podemos ir un poco más al detalle y comparamos ese porcentaje con otros países de nuestra “órbita”. Aún, con las pequeñas amortizaciones de las familias, el porcentaje sobre el PIB se ve casi en el 85% en la actualidad. Y representa aproximadamente unos 882 mil millones de euros.
Sobra decir que si ese dinero lo hubiéramos empleado en su totalidad o en un porcentaje alto en las inversiones reales, y no en una estupidez llamada “mercado inmobiliario”, nuestra tasa de desempleo estaría a la altura de Alemania, y no estaríamos volviéndonos locos en buscar una solución al atolladero en el que nos encontramos.
Titulé a este texto como “hemos sido realmente estúpidos”. Es una expresión dura que intenta reflejar una situación que ahora miramos desde el futuro, y éste es muy distinto al que imaginábamos en plena burbuja.
Hay que ser muy estúpido para pensar que cualquier activo va a subir de precio eternamente, por supuesto, pero más estúpido es endeudarnos en algo que vale la cuarta parte de lo que pagamos, porque nos creímos el mantra de “la vivienda nunca baja de precio”, y más estúpidos porque el dinero que tomamos prestado no lo dedicamos a una actividad productiva generadora de puestos de trabajo, sino en una burbuja realmente estúpida que nos hipotecará durante varias generaciones.

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